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‘Vosotros sois mi película’: ¿Qué hemos aprendido de ‘Bocadillo’?

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La primavera llega y con ella las flores surgen conforme el sol se levanta. Aquí, en Budapest, el asfalto se calienta levantando el hedor de las heces que los vagabundos depositan entre coche y coche. Con el calor vuelve un cierto buen humor que el gélido ambiente invernal había silenciado, y con él los apestados dejan de morir en las calles mientras el odio dispensado por las redes se apacigua de manera proporcional al cíclico despliegue floral.

Cuando, hará unos meses, Bocadillo se desveló como un insoportable bucle de ingenio desbordante o vergüenza inocultable (aquí las opiniones varían) nada nos podía preparar para el repentino eco que, desde los medios y las redes, se iba a introducir por nuestros oídos y hasta nuestras entrañas en forma de conflicto inasible. Ismael Prego, el joven que da vida a Wismichu en Youtube, había construido alrededor de su personaje el eje sobre el que el odio exacerbado y el reconocimiento mesiánico iban a oscilar durante los días que siguieron a la anárquica proyección que tuvo lugar en Sitges. En ese momento solo se trataba de depositar nuestra confianza o no en la persona que estaba a cargo del proyecto, y yo, haciendo gala de mi característico rechazo por el humor rancio y desenfadado del youtuber (y, en general, por el de todos los de su calaña), decidí actuar como cualquier plebeyo estafado que grita dirección al trono de poder. En este caso, que Wismichu era un imbécil. El problema del planteamiento que expuse entonces (del cual no me retracto ni por una mísera coma) es que en el documental sobre el “episodio” que Carlo Padial ha desarrollado para la plataforma Flooxer no hay ni rastro de Wismichu. Es decir, que aquí hablamos de Ismael y, como era de esperar, por sí solo, Prego no es nadie.

Vosotros sois mi película está emborronada por sus dudosas intenciones o, en el mejor de los casos, por la vacuidad de su objeto de estudio. El documental es un «making of» extraño, delirante en su vaivén entre realidad y ficción y afilado en su faceta más realista. En el ascenso y caída de su protagonista no vemos calles destrozadas ni cuerpos en las calzadas, sino bilis digitalizada y chiquillos decepcionados. La duda que se nos suscita entonces está clara: ¿qué hay detrás de Bocadillo? La respuesta se reduce a una única y tajante palabra: nada.

Así es, la película de Padial está construida sobre el más absoluto vacío; articulada alrededor de una maniobra de marketing de carácter homeopático, de un capricho de proporciones desbordantes y, en definitiva, de un gag sin gracia. Bocadillo no fue más que eso: la proyección del éxito sin precedentes que los “donnadies” acumulan y que nosotros alimentamos como consumidores. No podemos entrar en el microcosmos de su “performance” buscando respuestas, sino agarrando y desarticulando preguntas que quizá no las merezcan.

A través de la historia de estos jóvenes creadores (habría que preguntarse de qué) se disecciona la estructura que permite que, a través de medios tradicionales y nombres adecuados, sea posible elaborar una farsa carente de contenido y, al mismo tiempo, hacerla susceptible de ser mordisqueada por el público hasta que éste se encuentre con sus propios dientes; todo para volver a casa con las encías limpias y el estómago vacío. El documental es una mirada sin tapujos ni sentimentalismos a la elaboración de una lección social, política y audiovisual desarrollada a través de la caverna de Platón e impartida por alguien que desconoce el propio mito. Justo ahí se encuentra el secreto mejor guardado de la película más vista del año; la clave oculta de la performance definitoria de nuestra era tecnológica; a saber, que parte de un proyecto basado en conceptos mal entendidos sobre los que (se supone) debemos reflexionar. Pero eso poco importa ya, porque las masas, bajo una errada y contaminada mirada, se han lanzado a «googlear» en dirección Wikipedia. Da que pensar sí, pero no como ellos pretenden.

Envolviéndonos a todos está internet, y en su interior nosotros nos vamos alejando poco a poco de la polémica que suscitó la exagerada cobertura que se le dio al episodio más vacío (y paradójicamente incendiario) de nuestra historia reciente como internautas y consumidores de contenido. La democratización expresiva puede pasar o no factura al cine como tal, pero al final lo que queda son límites derribados y conceptos desdibujados que están ávidos de nuevo contenido y que, por desgracia, siguen faltos de nuevos planteamientos. Dudosa es la moraleja que, viniendo como viene de un falso filósofo o trampantojo de cineasta, nos puede o no apremiar a estar a la altura de los nuevos medios. Porque Wismichu no ha destrozado nada confirmando las bajas expectativas que se tenían sobre él y su comunidad, sino que, ante su flaco favor, nosotros hemos tenido que salir para derribar muros y construir parapetos. No debemos ceder nuevamente el título de genio al conejillo de indias; el lienzo en blanco que se ha levantado es obra de Padial. Retratados sobre su superficie virgen hemos acabado nosotros: amarrados a los caracteres de Twitter; enervados tras el humo de un cigarro; dispensando opiniones en compañía de una cerveza.

La primavera ha llegado sí, las terrazas se han desplegado y ya no nos importa celebrar la inauguración del castillo de humo que entre todos hemos levantado. De momento todo es apacible y cómodo, pero la lección sigue en el aire y el frío todavía no ha arrivado. Esto quiere decir que el gélido invierno no va a tardar. Tal vez sea, pues, el momento de preguntarnos si éste nos sorprenderá no ya en la más que improbable pero real situación del sueño callejero, sino, una vez más, cómodamente sentados y metafóricamente hambrientos en la barra de nuestra digital taberna. Esperando (cómo no) otro suculento bocadillo.

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1 COMENTARIO

  1. :):):):) Me he divertido mucho leyendo tu artículo. Me ha recordado a algunas críticas de aquel disco de sigur ros. El de los paréntesis. (). Mientras esperabas que pasara algo ya había transcurrido más de la mitad del disco. Y después de escucharlo te preguntabas qué había pasado.

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