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‘No matarás’ (o la insoportable levedad del pecado)

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No matarás crítica
Película 'No matarás'

Las desventuras de un Mario Casas en un registro poco usual golpean nuestra retina durante 90 agónicos minutos. La crítica de No matarás.

En el mundo del cine parece castigarse con especial dureza a quien osa convertir su película en una sucesión de canciones pop. Le ocurre a Baz Luhrmann con sus números musicales y a Xavier Dolan con sus despliegues de luces y purpurina a ritmo de “Dragostea din tei”. Curioso es, a este respecto, que a autores tales como Tarantino no les pase factura. No matarás, sin embargo, no tiene en cuenta el prejuicio estético dominante y sube el volumen a tope cuando le place, haciendo un uso desvergonzado y carismático de la música diegética. Ya sea a través de unos auriculares o con la potencia innegable de unos buenos subwoofers, desde su introducción nos deja claro que la música forma parte importante de una estética que busca el espectáculo. Se trata de fusionar la experiencia cinematográfica con la playlist y transformar la violencia en un baile de discoteca.

Una vez superada la barrera de las expectativas, la cinta se permite de todo. Violencia descarnada, sexo explícito y hasta derribar todos los hilos narrativos presentados en un principio. Su historia comienza con una muerte que tan solo temáticamente y como idea puede conectarse con lo que sigue; no tiene miedo, por tanto, de quebrarse a mitad, haciendo alarde de una desfachatez admirable. A esto hay que añadirle su falta de dispersión, su focalizada atención: no aspira a ser relevante (nadie en su sano juicio la catalogaría de obra maestra) sino que se compromete a contar su historia de manera  más o menos espectacular, al modo de la trilogía de John Wick o de otros ejemplos aún más cercanos como Green Room o No respires. Al igual que estas últimas, busca un anclaje central alrededor del cual hacer oscilar la trama, al tiempo que pretende, con una estética rimbombante y llena de color, asemejarse a la vigente reina de este estilo (hablamos de Clímax, evidentemente). Ya sea un ponche saboteado, un ciego mazado, unos nazis o una pareja inestable, el hecho es que alguien se encuentra en el momento más inoportuno en el lugar inadecuado. De esta manera, nos devuelve a los peligros que habitan la noche en un tiempo en el que ésta nos está prohibida. Es casi como saltarse el toque de queda metido hasta las cejas del estilo limítrofe de Gaspar Noé y, a través de una imitación de cartón piedra, ponerlo todo al servicio de una persecución que abraza ciertos convencionalismos que poco o nada tienen que ver con las virguerías del reconocido director.

En este viaje sin rumbo al centro de la noche, del remordimiento y del salvajismo impuesto (muchas veces facilón y carente de originalidad) Mario Casas otorga una de sus mejores interpretaciones, demostrando que se le da mejor hacer de pardillo que de paralítico y confirmándose una vez más como artesano de masas. Quien realmente sorprende por novata es su compañera, Milena Smit, que se desliza con suma facilidad de plano a plano como elixir directamente exprimido del fruto del pecado. Tal vez deberían ser suyas las nominaciones que por esta película ha recibido Casas.

Como obra bien contada, No matarás sabe tanto abrir como cerrar de manera impactante, golpeándonos no con puñetazos, sino con una descarada mirada: la de la ira latente, alejada de las grandilocuencias que priman aquellos que, mirando a los ojos de las revelaciones metafísicas, reniegan de las playlists mientras se acarician el bigote. Lo banal, lo simple, lo bien contado, también puede dilatarnos las pupilas de cuando en cuando. Nadie necesita acudir a las sutilezas de Strauss o Chopin cuando puede reventar los altavoces con temazos de Bad Gyal o Nathy Peluso.

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