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‘El horizonte’: Gus à la ferme

La apuesta suiza llega a nuestras castizas pantallas no sin cierta confusión terminológica.

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crítica película el horizonte

Llama la atención que ciertos títulos sean transformados de manera tan notable una vez son traducidos a otras lenguas. Me pareció curioso cuando este verano leí La vie devant soi. En las diferentes ediciones que en castellano tenemos se la traduce a veces como “La vida por delante” mientras que otras se la prefiere titular “La vida ante sí”. Estaremos de acuerdo todos en que no es lo mismo que la vida se presente ante nuestros ojos a que, como Aquiles con la tortuga, nunca la lleguemos a alcanzar. El caso se repite con la película que nos ocupa: Le milieu de l´horizon. “Milieu” significa “en medio” o “centro” en francés y contrasta mucho con la traducción inglesa del título: Beyond the horizon. Nuevamente la misma historia: poco importa que hablemos de vida o de horizontes cuando lo fundamental es saber si nos encontramos más aquí o más allá.

Horizonte se dice en alemán “Horizont” y proviene del griego “horos” que, según mi diccionario heideggeriano, significa “límite”, “frontera” o “mojón”. Esta última acepción hace referencia en la jerga más usual a aquello que es simple y llanamente una mierda, y me hubiese venido muy bien de haber sido esta una mala película. En España se han querido quitar de marrones y la han titulado El horizonte para no perturbar el sentido de la obra, suponiendo, claro está, que lo tenga que tener.

Con sentido o sin él lo único que de seguro está ahí es lo que acaece en la pantalla. En esta historia Gus, el niño protagonista, asiste al desmoronamiento de todo cuanto conocía bajo el árido sol campestre de 1976. Desde su perspectiva, con la cámara y la narrativa a su altura, la directora de esta modesta y preciosista historia (Delphine Lehericey) pretende dar cuenta de lo complejo de este cambio sin pararse a juzgar los hechos. Esto implica contemplar los asuntos humanos con sus frustraciones, desde sus primeros amores, aquellos que nacen con el albor del nuevo día, hasta los que están condenados a morir, sean fugaces o longevos.

El horizonte, el único que la vista alcanza a ver y que corta en dos el veraniego paisaje rural, acompaña cada una de las dichas y desgracias de la familia de Gus, siendo testigo silencioso (como siempre ocurre con lo divino, que está bien callado) además de servir telón de fondo con su inusitada belleza, no sé si real, pero desde luego muy bien fotografiada. Fotografía ésta que, junto a unas notables interpretaciones, eleva el nivel del conjunto.

Aderezando esta estampa encontramos una música que acentúa los momentos más importantes como si se tratase de una versión light de la banda sonora de Dead man; es decir, como retazos de un Neil Young de marca blanca. Esto es sintomático de su falta de personalidad. Siendo esta cinta una especie de atípico western contemplativo, se queda a la sombra de un género que ya cuenta con algún que otro acierto en los últimos años: Lucky, que bajo la dirección de John Carrol Lynch coquetea con la crisis existencial de la muerte o una olvidada película alemana que no por capricho se titula Western.

En líneas generales las comparaciones son risibles. La película que nos ocupa es en su mayor parte predecible y blandita en el sentido más neutro de la expresión. Por momentos, quizás en los peores, se encuentra cerca de ser catalogada como peli de tarde. La experiencia es muchas veces olvidable, aunque a ratos destile buen cine. Hablando en plata: está bien.

Quizá podríamos relacionar su título con la idea de un horizonte de posibilidad, al menos para darle un sentido a tanta disquisición filológica. Tal vez la intención era describir cómo se va desvaneciendo cualquier oportunidad de vivir de la propia tierra, de amar sin miedo o de continuar una vida juntos. Es posible que de eso se tratara: de mostrar cómo el chaval queda cada vez más asfixiado por unos límites que apestan a muerte, literal y metafóricamente. No sé si eso es estar en medio, más allá o debajo del horizonte. Sea como fuere, estas soplapolleces filosóficas no importan a nadie cuando las emociones puras y sutiles alcanzan nuestro corazón, que no entiende de fronteras.

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