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El linchamiento público por ver a Raphael en concierto

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concierto Raphael Madrid coronavirus
Raphael, durante el concierto del sábado en el Wizink Center. Foto: Brian Bujalance.

Cuando hace algo más de un mes adquirí la entrada individual para asistir al que sería uno de los últimos conciertos del año 2020 solo recuerdo la emoción de saber que mi autorregalo de cumpleaños era disfrutar de Raphael, que había lanzado dos fechas seguidas con motivo de su sesenta aniversario en los escenarios. Lo que no esperaba era el linchamiento social público sufrido a través de Twitter por ser uno de los asistentes de un evento seguro, respetando todas las medidas de seguridad dentro de un espacio cerrado y, muy importante esto, legal.

El sábado y el domingo Raphael realizó en el Wizink Center (antiguo Palacio de los Deportes) dos conciertos con, aproximadamente, 5.000 espectadores en cada uno de ellos. Cifra que a través de las redes se ha traducido como una aglomeración. También es cierto que las imágenes y la estética del recinto tampoco ayudan. Si bien puede parecerlo, pues ha sido el evento más multitudinario desde el inicio de la pandemia sin contar los conciertos de OT en el mismo recinto, el aforo puede alcanzar los 17.400 espectadores y en este caso solo se permitió un 25% de la capacidad total. Pero más allá de eso, yo, como asistente del mismo, he de añadir varias puntualizaciones.

se cumplía estrictamente todo el protocolo correctamente, con una renovación del aire cada 12 minutos. Un lugar mucho más seguro que el Metro, el bus a hora punta de la mañana y/o un bar completo

Para empezar, no hubo que hacer cola de espera debido a que todas las puertas con las que cuenta el recinto estaban abiertas y disponibles. Una vez llegabas, los trabajadores medían tu temperatura tras pasar por la alfombra desinfectante. Dentro del evento, y antes de enseñar la entrada para acceder, te echabas gel hidroalcohólico. Al llegar a tu sitio, había una mascarilla esperándote por si las moscas y una distancia de más de metro y medio entre una persona o grupo y otra. En mi caso, había una distancia de más de metro y medio respecto a otra persona a la izquierda, derecha, delante y detrás. Es decir, se cumplía estrictamente todo el protocolo, con una renovación del aire cada 12 minutos. Era un lugar mucho más seguro que el Metro, el bus a hora punta de la mañana y/o un bar completo, es decir, sitios con más gritos, menos distancias y menos mascarillas. Un lugar donde se respetaban las medidas de seguridad mucho más que en otros lugares cerrados. Cuando se ‘amenaza’ con cerrar bares se criminalizan las decisiones al igual que ocurre ante actividades deportivas, pero ante espectáculos como este se pide la suspensión. Ejemplo de la cultura maltratada de nuestro país.

Parte de la sociedad ha criticado la celebración del evento a través de una analogía. No entienden cómo se puede organizar un evento de 5.000 personas mientras que se fija un límite máximo en las fechas navideñas -de seis en Madrid a diez en Andalucía, por citar algunos ejemplos. No se entiende que se limita a un cupo de personas porque van a estar en contacto estrecho, sin mascarillas, hablando, dándose cariño, sin distancias de seguridad y en lugares cerrados sin ventilación, siendo la probabilidad de contagio muy alta. Ahí si existe riesgo de contagiarse, no en un concierto donde todo el mundo guarda las distancias y lleva mascarillas. Y se nos olvida, también, que las decisiones son políticas.

Recientemente, en mi perfil de Twitter y días previos al concierto, publicaba un tuit en el que comentaba que, ojalá me equivocase, pero la responsabilidad individual y las medidas adoptadas «por la situación actual del COVID-19 para estas fechas son insuficientes y cuando se tomen más restrictivas será tarde.

Se me ha tachado de «irresponsable de mierda», «cerebro insuficiente», «impresentables», «miserables», «gilipollas», «imbécil», «subnormales», que ojalá me contagie, «hdp», «tonto», «bobo», «insensato» o «tú eres imbécil a ver si te encierran».

El humorista Miguel Ángel López, más conocido como Hematocrítico, aprovechó la situación y la tendencia para capturar dos de mis tuits y publicarlos en su perfil, con mi nombre, foto y usuario incluido, en una situación de contexto aleatoria. ¡En twitter todos somos investigadores! y nos gusta el salseo y lo viral. Rápidamente se construyó la espiral del odio hacia mi persona -supongo que hacia alguien más- por asistir al concierto de Raphael. No sé si Miguel Ángel en algún momento lo imaginó, me atrevería a decir que sí porque si no, no entendería el fin. En apenas unos minutos mis notificaciones versaban sobre insultos, descalificativos, injurias y malos deseos. Un linchamiento público de parte de la sociedad tuitera por ir a un concierto que cumplía todo y estaba permitido.

Muchas personas, escondidas tras los usuarios con perfiles que tienen imágenes y nombres diferentes a los suyos, han considerado a través de sus caracteres que el evento tal y como está la situación no debió celebrarse. Se puede estar de acuerdo o no. Pero otros muchos, cientos, han ido más allá y han acometido un linchamiento público contra mí, aprovechando el odio que se transmite por redes. Se me ha tachado en singular -y en plural en referencia a todos los asistentes- de «irresponsable de mierda», «cerebro insuficiente», «impresentables», «miserables», «gilipollas», «imbécil», «subnormales», que ojalá me contagie, «hdp», «tonto», «bobo», «insensato» o «tú eres imbécil a ver si te encierran». El odio en su mayor expresión. Se aprovechan de la situación y escriben, sin conocer al otro y sin empatizar, con la técnica del insulto. Algo que cada vez se contempla más en las redes. Una espiral que pasa como un tornado y se marcha a los dos días, pero que deja todo el daño.

Sigo pensando lo mismo que tuiteé. Las decisiones adoptadas llegarán tarde y la responsabilidad individual así como el esfuerzo colectivo son muy importantes para frenar (o, al menos, intentarlo) esta pandemia. El hecho de ir a un concierto seguro no te hace ser menos responsable. Más en mi caso, que fui solo.

Desde marzo, uno de los sectores más golpeados ha sido el de la cultura. La sociedad, a través de las redes, de las manifestaciones virtuales y los actos presenciales, recalcaba que la cultura era segura. Que todo estaba controlado. Que había que apoyarla. Miles de mensajes reivindicativos por el espectáculo en directo. Por la poesía, los conciertos, las exposiciones, el cine. Ahora, una vez se produce eso, un evento de cultura segura, todo son críticas negativas. Se está criminalizando, aunque no lo parezca, al sector. Me recuerda al hecho de apoyar al comercio local pero luego comprar el libro en Amazon. Hipocresía y demagogia en su máximo esplendor.

Estamos formando una sociedad en la que el contexto no existe. En la que criticamos lo que no vemos sin cuestionarnos nada con un último objetivo que a veces se difumina pero en el que hacer daño tiene cabida. Escondidos bajo el abrigo del anonimato. Qué sabe nadie, como diría Raphael. El debate se ha perdido, al igual que el respeto. La humillación pública a una persona que ni conocemos se ha adueñado de nosotros al ser simplista y sin suponer más riesgo que el perder una cuenta de red social. Mientras tanto, la cultura, como siempre, sigue infravalorada. Y es que todo es válido para criticarla.

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2 COMMENTS

  1. Muy buen artículo,sóo una pequeña nota, casi un asterisco, empezando por Raphael veo que se había de la “cultura”, ¿no sería más acertado llamarlo “entretenimiento”? Digo. Creo que no es lo mismo visitar el Museo Del Prado o La Casa del Libro que asistir a un concierto de Raphael o comprar sus discos. Por si acaso, sigo a Raphael desde el ‘66.

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