Va a hacer unos días que nos despertábamos con la fatídica noticia del descubrimiento del cadáver del pequeño Julen muerto tras precipitarse accidentalmente por un pozo ilegal, de los muchos que, desgraciadamente, abundan por la geografía española. Su muerte zarandeó las conciencias dormidas y las sumió en una profunda tristeza porque, durante esos largos días, Julen éramos todos y Julen era uno de los nuestros.
Su desaparición en el pozo despertó una solidaridad sin límites en toda la sociedad española, acentuada en sus vecinos más cercanos, en los cientos de voluntarios, en las amas de casa que prepararon comida e incluso cedieron sus casas, en protección civil y en los bomberos, en la guardia civil y en los mineros de Asturias.
Julen entró en nuestro corazón para herirlo después con su trágica y lamentable muerte. Entiendo, ahora que van avanzando las investigaciones, que muchas conciencias deberán de sentir escrúpulos y lamentos cuando dirigieron sus miradas al progenitor o algún familiar o incluso dudaron de la veracidad de las investigaciones de la Guardia Civil que aseguró que Julen estaba allí, en el pozo, inexplicablemente sepultado por una gruesa capa de arena compacta.
En realidad afloraron las dos caras del ser humano: la más solidaria y la más cruel. Pero transcurridos unos días del desenlace, los pozos ilegales siguen estando ahí y seguirán estando en la mente de muchos. No estoy viendo que la muerte de un niño haya movido a tapar y hacer desaparecer estos pozos, ni siquiera a legalizarlos, ni siquiera a tomarnos en serio esto de la ley que se establece por algo y para algo. Nos la seguimos y seguiremos saltando a la torera aunque haya muerto un niño y aunque ese niño haya tocado lo más profundo de nuestra alma y de nuestro ser. Los pozos ilegales siguen estando ahí. Y no nos importa. Porque seguirán construyéndose. Y Dios no quiera que vuelva a repetirse accidentes, ni descuidos, ni niños que se alejan de la vista paterna o materna. Los pozos siguen ahí, seguirán estando, se seguirán construyendo: el ansia humana no conoce límites. Como tampoco la solidaridad generada.
Hagamos un favor: taponemos los pozos. Legalicemos los pozos. No nos pongan en peligro. O que actúe Seprona, que es de la Guardia Civil y los denuncie.
Foto: Javier Martín / El Ideal.