Los cortos seleccionados este año, en su condición de pre-pandémicos, aparecen desenmascarados para darnos un soplo de aire fresco, despertando cierta nostalgia por un tiempo que hoy día parece lejano.
Un coche toma mal la glorieta de Santa María de la Cabeza y se lleva por delante un semáforo justo a las puertas de los Cines Embajadores. Dos chicas salen del vehículo y se llevan las manos a la cabeza, pero el revuelo es mínimo; cosas de la capital. 21:05. Uno se debate entonces entre quedarse a ver el desenlace o entrar a vaciar la vejiga para la sesión de y diez. “Teniendo esto aquí, uno no necesita ir al cine” comenta un espectador. Concluida la proyección, es posible que tenga razón, aunque depende de para quién.
En esta sesión especial, no exenta, como hemos podido comprobar, de emociones fuertes, he tenido la oportunidad de ver los cortos de ficción nominados a la XXXV edición de los premios Goya. La bienvenida nos la han dado un par de representantes de no sé qué asociación de cortometrajes. Con una presentación fría se excusan por todos los directores (y directora) que, por razones varias, no han podido asistir a la proyección. Nos tendremos que conformar con un montador y una guionista como únicos representantes. Ni tan mal.
Así se da paso al primero de los cortometrajes: Beef. Amadrinado por la conocidísima no-directora de Million Dolla Baby, Isabel Coixet, nos cuenta el encontronazo entre una alumna desencantada (además de trapera emergente) y una profesora que intenta transmitir a sus indomables alumnos algo de cultura literaria. La chispa que prende los egos es la entrega de un examen en blanco, golpe bajo para cualquier profesor (y uno dice esto desde la perspectiva de quien está por sacarse el título de docente). Reproches y palabrotas comienzan a sobrevolar el aula, para, llegada la réplica, acabar estrellándose en lecciones de vida muy edificantes, pero que por momentos rezuman caspa. El ambiente se carga tanto que uno desea que se abra la ventana, ya que no puede soportar tanto aleccionamiento; tanta incomprensión de un mundo que se rechaza por nuevo, pero que siempre ha existido bajo diferentes pelajes. ¿Qué más decir? Las actrices están fantásticas, el primer corto de Ingride Santos es un relato enteramente femenino que pisa fuerte y, aunque se quede encajado en cierta idealidad muy a pesar de sus pretensiones realistas, está rodado de manera efectiva. Esperen al plot twist final. ¿Sorprendente? Depende de la medida de cada cual.
Diez segunditos de pantalla en negro, breves aplausos y a por el siguiente. Este viene de Galicia, así que viajamos de costa a costa (Beef había llegado desde Barcelona). 16 de Decembro es una historia cruda, breve y concisa, de una sordidez tal que impacta. Y para ello no basta con la idea, con el esbozo de una noche terrible, sino que hace falta cierto pulso, y Álvaro Gago Díaz es lo suficientemente valiente como para mantener nuestra mirada en el lugar más incómodo. No me voy a permitir comentar nada más allá de la excelente interpretación de su protagonista, Cristina Iglesias, quien lleva sobre sus hombros el peso dramático de esta modesta pero impactante historia.
Tras esta noche turbulenta nos adentramos en el mundo pasajero de los detalles mínimos. Lo efímero es la primera de las dos producciones madrileñas que, al igual que sus protagonistas, roza con los dedos la gloria. Una narración repleta de miradas y encuentros fortuitos, que pueden pasarnos desapercibidos, pero que están allí esperándonos cada vez que nos subimos a un metro, un tranvía o un autobús. Comparte su planteamiento con la mayoría de los cortos de ficción de los XXXV Goya proyectados; esto es, una tensión entre dos personajes que poco a poco se va desmenuzando. Y aquí entra el montador que nos acompaña. En un crescendo emotivo que quizá se mantiene por demasiado tiempo, tendiendo al peor sentido de lo melodramático, Bernardo Moll (me ha parecido oír Fernando al principio, ¿estoy duro de oído o Bernardo ha obviado con amabilidad tamaño desliz?) consigue algo verdaderamente complicado: poner en relación, a través de los cortes, miradas, flores, gafas, cordones, manos y cantidad de elementos que vienen a urdir una narración puramente cinematográfica. Ha sabido poner en orden las ideas de su director, Jorge Muriel Mencía, y dar sentido a la cita de Virginia Woolf que abre la historia, así como a la omnipresencia de su obra Los años. Casi nada.
Ahora la gente aplaude también con los créditos, no necesitan esperar a que la pantalla se oscurezca; ya se puede sentir el veredicto: les ha gustado. Seguidamente comienza A la cara, un corto sobre trolls de internet escrito por la guionista que nos acompaña, Belén Sánchez-Arévalo. Ignoro si tiene algún tipo de relación con el famoso director Daniel Sánchez Arévalo, pero no puedo evitar tender algún puente aunque tan solo sea por simple comodidad, y es que ambos saben extraer el humor siempre implícito en las situaciones incómodas. En concreto ésta sitúa a una famosa presentadora de televisión junto a uno de esos indeseables parásitos que insultan tras la pantalla. De ahí el título del cortometraje dirigido por Javier Marco, con quien Belén parece formar un tándem desde hace tiempo. Es cierta comicidad la que despierta mi interés y asentimiento, ya que no puedo soportar cómo la narración esconde una defensa de quienes deciden convertirse en personajes públicos. Yo tan solo veo a un pobre diablo indeseable, cuando las imágenes parecen mostrarme un verdadero problema social. Habría que ver en qué relación de poder se encuentran. Cuando no se nos empuja a dar nuestro brazo a torcer por los poderosos, resuenan ciertas verdades aquí y allá. Es un tema que le queda grande tanto a estas líneas como a este corto, el cual titubea entre la exageración esperpéntica y la denuncia social, quedándose en terreno de nadie.
Tras las dos producciones madrileñas llega para cerrar la noche un producto audiovisual de mi tierra. El corto aragonés Gastos incluidos es un colofón fantástico. Esta comedia absurda guarda en el germen de su estúpida idea todo aquello que A la cara no nos quiso dar. Partiendo de que la solución para encontrar un piso decente es desarrollar un ascetismo extremo de cara a tu compañero de piso, Javier Macipe deduce todas las consecuencias estrambóticas de un modelo inmobiliario delirante que, sin embargo, no se aleja demasiado de la realidad en que vivimos. Desde un ridículo desternillante, esta historia alumbra muchas de las dificultades que se le aparecen a quien a día de hoy quiere habitar un piso dignamente. Una propuesta desenfadada y a la que es difícil encontrarle pegas.
Vistos todos, y ya de camino a casa, recuerdo las palabras que escuché a la entrada. Tal vez el cine esté ahí fuera esperándonos, a cada momento agazapado tras una esquina o temblando bajo un semáforo, esperando a que lo arrollen. Hoy he presenciado productos audiovisuales impecablemente realizados, pero nada rompedores. “Les falta valentía” pienso para mis adentros. ¿Mi favorito? Asumiendo el riesgo de que se me tilde de partidista, me quedo con el que ha sido rodado en mi añorada Zaragoza. No me acusen a mí de tendencioso que el nombre de los premios ya lo es, y a pesar de ello no parece habernos beneficiado demasiado.
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