De todos los directores que trabajaron el género de terror más exitoso entre los jóvenes (el slasher) Wes Craven fue el único que se atrevió a burlarse de él. El experimento tuvo tanto éxito que a su primera entrega de 1996 le siguieron tres secuelas. Su poder icónico está más allá de toda presentación: la máscara de su villano, el cuchillo de cocina y el teléfono (sea fijo o móvil dependiendo de la época) son ya signos inequívocos de una muerte segura y repleta de sufrimiento.
A casi siete años de la muerte de su creador (y a once de su última entrega), la famosa saga Scream vuelve a la gran pantalla sin Harvey Weinstein y con nuevos directores: Matt Bettinelli-Olpin y Tyller Gillet (Noche de bodas, El heredero del diablo). Su forma de regresar es a través de una “recuela” (mezcla de reboot y secuela), término inventado dentro de la propia película para poder decirnos a la cara y sin vergüenza alguna que van a contarnos lo mismo de siempre. La diferencia crucial entre el enfoque de Craven y el de los nuevos realizadores es que éstos han sido absolutamente fieles a la fórmula del neoslasher, mientras que el primero siempre jugaba con ella guardándose algún as en la manga. ¿Qué es exactamente lo que se ha perdido por el camino? Tal vez algunos ejemplos nos ayuden a descubrirlo.
Scream 2022 nos somete a un “coitos interruptus” abriendo de par en par multitud de puertas (la del baño, la principal e incluso la de la tan manida nevera) anticipando a través de la música un apuñalamiento que nunca llega pero que, sabemos, va a suceder. En Scream 3 también esperábamos que el asesino se presentase blandiendo un puñal, pero cuando creíamos que iba a aparecer… ¡BOOM! el gas se abre y una mansión entera vuela por los aires.
La jugarreta de Craven impactaba mientras que el jueguecito paródico de Olpin y Gillet aburre. Lo mismo ocurre con la secuencia inicial, tan característica de todas las películas de la saga. Craven aplicó en Scream 4 la táctica de la «tierra quemada» introduciendo el primer asesinato en una película dentro de una película en el interior de la película que estábamos viendo.
Tráiler oficial película Scream 2022
Con su absurdo meta se cargó todo lo que viniese después, así que la forma en que esta última entrega vuelve a la fórmula original en la que una chica coge el teléfono y se condena a un apuñalamiento seguro resulta decepcionante. Y eso es porque Scream 2022 es copia por un lado y parodia por otro, mientras que en la tetralogía original las formas del slasher y su burla iban íntimamente ligadas. Es por esto precisamente que la única diferencia que encontramos entre la famosa escena de la escalera que parodia Scary Movie y la original en Scream 2 es la exageración (en ésta le lanzan a “ghostface” una bici mientras que en la primera la protagonista arroja a su abuela). Aquí reside la ontológica diferencia entre comerse una pizza horneada y llevarse a la boca mozzarela, pan y tomate a la espera de que la mezcla se haga en el buche.
Con todos los ingredientes por separado no es de extrañar que el plato sepa a rayos. Durante los primeros dos tercios de la cinta los homicidios se suceden de manera tediosa, mecánica y rutinaria, lo cual no supondría mayor perjuicio si no estuviesen rodeados de diálogos lamentables. Y es que los nuevos de a bordo carecen de las personalidades pueriles y fácilmente identificables que caracterizaban al elenco de las películas originales y que justificaban las imbecilidades bisoñas y pseudo-románticas que soltaban. No son ni personas ni personajes, sino casi dispositivos para que la historia avance, por lo que es difícil encariñarse con ellos. Todas estas fallas se intentan suplir con los asesinatos más sangrientos de toda la saga, que no es otra cosa que apelar a la aprensión de los espectadores olvidando lo que nos enseñó Hitchcock (que el cuchillo no tiene por qué tocar a la víctima para que te cagues en los pantalones).
No obstante, Scream 2022 deja de oscilar violentamente entre la parodia y el slasher cuando se acerca a su final. Busca justificar su existencia a través de su tercer acto (introducido explícitamente por un personaje). Es entonces cuando se torna absurda mofa de sí misma. Se sabe mala y le da igual. Es el sudapollismo cada vez más común de nuestra era pandémica; es el “pa lo que queda en el convento me cago dentro” del cine de terror. No deja títere con cabeza. Dialoga como un besugo con la cinta original al tiempo que hace referencias irritantemente obvias pero inexplicablemente desternillantes a obras que ni siquiera son del género. Es una sinfonía pop repleta de frases atonales, una ruidera difusa que te traga y te escupe hasta el punto de que no sabes si te ríes con ella o de ella. Es como llevar “lo de siempre” a cotas de demencia hiperreal difícilmente aguantables. No se trata en absoluto de un intento de redención (la entrada ya está pagada y nuestro tiempo perdido) sino de una maniobra de defensa ante cualquier ataque retórico. Lo deja claro: es demasiado autoconsciente como para que nos metamos con ella.
Es bien sabido que no se puede arrastrar por el barro a quien se sabe en un lodazal. Sería como si intentáramos ahogar a un campeón de apnea. Está claro, si no hay pretensiones tampoco pueden quedar objetivos sin cumplir. Ahora bien, no vamos a dejar que se vaya de rositas. Para acabar con ella no entraremos por el marco de una puerta o esperaremos a la vuelta de la esquina. No le gritaremos al oído lo mala que es. Simplemente haremos una llamada para preguntarle por la secuela de terror con menos encanto de los últimos años. Ni siquiera hace falta que sea verdad: ella misma se cortará las venas. Suena perturbador, ¿no? casi tanto como las películas de terror elevado de las que se ríe. Pero dejémoslo ahí. Ya le hemos dado cera, ya nos hemos ensañado suficiente. Ahora hagamos caldo con los restos.
Scream 2022 está emparentada con otra nueva e innecesaria entrega: Matrix Resurrections. Comparte con ella una faceta paródica y autorreferencial estirada hasta el paroxismo. Para bien o para mal es un producto tremendamente significativo de nuestro tiempo y, por tener una idiosincrasia tan marcada, resulta, como mínimo, interesante. De la última desventura de Neo y Trinity dijo Zizek que era “aburridamente posmoderna” (se le podría contestar que no hay nada tan aburridamente posmoderno como criticar una película sin haberla visto). Scream 2022 también es soporíferamente autoconsciente, y desde aquí lo celebramos.
Si el neoslasher iniciado por Wes Craven y Kevin Williamson era ya posmoderno, no es de extrañar que tras 26 años la idea de la que parte se haya vuelto ultra-hiper-neo-posmoderna. Y es que el rizo se ha rizado tanto que ha devenido rasta. Es, pues, una delicia para todos los fans de la saga que han aprendido a aburrirse con ella. El problema es que no hay nada peor que acostumbrarse a la rutina. Es entonces cuando uno está verdaderamente enamorado y dejar ir se vuelve del todo imposible. La pregunta inevitable que hoy debemos hacernos es si queremos continuar la relación por inercia o si nos vamos a hacer un mullet de una vez, porque la alopecia acecha, las rastas son cada vez más débiles y a ver quién liga con la calva al aire.
Ayúdanos a hacer periodismo
InfoDiario es un proyecto periodístico liderado por jóvenes estudiantes de Periodismo. Aunque no lo creas, nos ayudas a crecer. Síguenos (si no es mucho pedir) en Facebook, Twitter y/o Instagram. Hacemos periodismo.