La parodia macarra de James Bond vuelve esta semana con la que es su tercera entrega, «The King’s Man: La primera misión», una precuela que pretende servir de relato fundacional para la saga.
Hay un momento, allá por la pubertad, en el que todo hombre debe decidir el camino que va a tomar. Si va a ser metalero, deportista, otaku, indie, gamer… Es este el momento decisivo que va a determinar la adolescencia por venir y a formar una cosmovisión que nos acompañará toda la vida; ese en el que algunos escogen el camino de lo que vamos a denominar «Gentlemen».
Estos sujetos empiezan a desarrollar cierta filia por un modelo refinado de macho. Les encantan las réplicas de espadas, los uniformes militares, los asuntos económicos y geopolíticos (terminan en ADE o Historia, depende de si su filiación política se encuentra del lado del dios dinero o de si han leído el Manifiesto comunista), temen a las mujeres hasta unos extremos casi «incel» y adoran por encima de todo vestir de traje.
Por supuesto, sus películas favoritas son Goodfellas y El lobo de Wall Street, pero no hay nada que los embauque tanto como James Bond. Guapo, apuesto, bebedor refinado que enamora a una despampanante supermodelo en cada aventura y que tiene el destino de la humanidad en sus manos, Bond es un modelo canónico para nuestros queridos machos prepúberes, aquello que desean ser de mayores.
No es de extrañar que se retorcieran de placer y entusiasmo cuando Mathew Vaughn decidió adaptar el cómic de Mark Millar Kingsman: The secret service, una historia sobre un adolescente de baja estofa que se enfunda en un traje para convertirse en espía. Esta parodia macarra de James Bond vuelve esta semana con la que es su tercera entrega, The King’s Man: La primera misión (The King’s Man, Mathew Vaughn, Reino Unido, 2021) una precuela que pretende servir de relato fundacional para la saga.
Ambientada en la Primera Guerra Mundial, esta intriga de espías confirma lo que desde hace tiempo era un secreto a voces: que Mathew Vaughn ha perdido el interés por las películas de su autoría y que desde el éxito de Kick Ass y su implicación en X-Men ha tomado partido por los grandes proyectos.
Con la presencia de personajes ilustres del siglo XX tales como Rasputín, el archiduque Francisco Fernando o el mismísimo Lenin (el Gentleman va a acudir a la sala, no les quepa duda) este filme protagonizado por Ralph Fiennes se permite juguetear con la historia para hacer parodia de las locas anécdotas de los servicios de inteligencia, esas que «ganan» guerras.
Tráiler The King’s Man
Como precuela de una saga con ya dos entregas más a sus espaldas en la que un adolescente salvaba al mundo y terminaba chuscando con una princesa (sueño húmedo del Gentleman) y un agente secreto masacraba una iglesia de fundamentalistas católicos a ritmo de «Free bird», esta entrega se queda coja. Mucho más seria y de tono más grave, la aventurilla de Vaughn, aun de proporciones supranacionales, no es ni la mitad de estimulante que sus predecesoras, y es que le falta sangre a raudales, así como una planificación tan desgarbada como la de los anteriores.
Tal vez el hecho de que estemos en 1914 sea razón suficiente para que la acción no sea tan desaforada. Aquí no hay posibilidad de jugar con dispositivos electrónicos, aunque, hay que ser justos, cuando aparece, el característico estilo de Vaughn no necesita de ellos. Se muestra intacto en su habitual orgía de match cuts, fluidez, cámaras lentas y planos imposibles dejando a prácticamente cualquier cinta del MCU a la altura del betún. Pues, aun con todas sus deficiencias, sigue haciendo alarde de unas formas vistosas, sobre todo en lo que a la violencia se refiere, así como de un marcado tono macarra que le permite cepillarse a los personajes sin ningún miramiento.
Se rumorea una serie spin-off sobre los «Statesman», servicio de inteligencia americano que colabora con los «Kingsman» de Inglaterra en la primera secuela de la saga. Con The King’s Man el futuro de la empresa está a salvo: continúa la estela pretendidamente adulta aunque ciertamente infantil de sus conservadores dilemas morales y de sus bromas sobre tópicos nacionales, eso cuando no echa mano de algún chiste homófobo dudosamente gracioso hoy día.
Las salas seguirán llenándose de «peterpanes» en traje mientras las siguientes entregas ignoren las posibilidades estimulantes de su relato original y sigan optando por la mediocridad del espectáculo manufacturado que tan bien funciona hoy día con las adaptaciones de cómic.
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