Después de su derrota en las urnas, el hasta ahora presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se centró en lanzar un discurso de incitación a la violencia para responder al presunto fraude electoral, negado ya por los tribunales. Unas horas antes de que el poder legislativo del país se reuniera para certificar la victoria de Joe Biden, Trump animó a sus seguidores a «luchar hasta el final para dar a los congresistas republicanos el tipo de orgullo y valentía que necesitan para recuperar nuestro país». Y ellos se lo tomaron al pie de la letra.
Centenares de seguidores de Trump entraron por la fuerza en el Congreso, obligaron a que el Servicio Secreto sacara del hemiciclo al vicepresidente, Mike Pence -que en ese momento presidía la sesión para certificar los resultados electorales-, y ocuparon todo el edificio, incluido el despacho de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi. El Congreso ha validado esta mañana la victoria del demócrata Joe Biden, que jurará su cargo el 20 de enero cerca del Capitolio. Eso significa que todas las vías legales para la victoria de Trump han acabado. Y mucho se ha hablado de que el asalto al Capitolio de este miércoles por algunos proTrump se trata de un golpe de Estado, pero ¿es realmente así?
Un golpe de Estado consiste en tomar el poder de forma ilegal, mediante la violencia o la coerción, para desplazar a la persona que ostenta el poder o cambiar el sistema político vigente de forma independiente a la ideología. Lo que quieren los golpistas es adueñarse de los altos cargos estatales para poder controlar el Estado. Pero una de las claves para el éxito de un golpe de Estado es tener apoyo dentro de la administración pública. Ya le pasó a Hitler en 1923 en Múnich: al no tener el apoyo de ninguna rama de la administración, fue rápidamente detenido y su golpe de estado fue un fracaso. La presencia de las fuerzas armadas es otro de los pilares fundamentales para garantizar el éxito del golpe de estado. La capacidad de poder usar la fuerza militar para hacerse con el control hace mucho más fácil el proceso. El ejemplo, el golpe contra Omar al Bashir en Sudán, cuando las fuerzas armadas le obligaron a dimitir.
Muchos han calificado el asalto al Capitolio como un «auto golpe» de Estado por parte de Trump, porque fue él mismo quien insistió en el supuesto fraude electoral y alentó a sus seguidores a seguir hasta el final para mantener su poder. Pero para poder calificar lo que pasó ayer como un golpe de Estado, los que asaltaron el Congreso deberían haber tenido dos cosas: un plan bien diseñado y fuerza armada o institucional para poder garantizar su éxito. Y no tuvieron ninguna de ellas.
1. Sin plan no hay gloria
Entrar por la fuerza al Capitolio ya es muy grave. Es la primera vez que se hace desde el ataque británico en 1814, pero parece que la intención de los asaltantes no iba más allá de protestar contra la certificación de la victoria de Biden. Se sentaron en el sillón de Pence en el hemiciclo, entraron al despacho de Pelosi, se llevaron un atril, se hicieron fotos, atacaron a periodistas y marcaron el caos en Washington hasta decretar el estado de emergencia. Y eso es lo que parecían buscar, generar el caos, porque no tenían organización ninguna ni tampoco un plan bien definido.
Un golpe de Estado no necesita violencia, ni mucho menos. Ya se demostró en la revolución de los claveles portuguesa que llevó la democracia al país. Pero, en este caso, los asaltantes no tenían un dirigente ni ninguna coordinación, solo la convicción de que Trump había ganado las elecciones.
2. Fue un movimiento sin fuerza
Ni la policía, ni las fuerzas armadas, ni el vicepresidente, ni los medios, ni siquiera el Partido Republicano estaban en la organización del asalto. Es más, los Republicanos condenaron la violencia a través de su cuenta de Twitter, alegando que «Esto no es lo que somos. No es por lo que luchamos. Esto no es americano. Esto debe parar. Ahora.».
This is not who we are.
This is not what we fight for.
This is not American.
This must stop.
Now.
— Senate Republicans (@SenateGOP) January 6, 2021
Además, por lo que se ha podido ver en las imágenes, la mayoría de los asaltantes no llevaban armas, por lo que refuerza más la teoría de que más que ocupar el poder por la fuerza, lo que querían era protestar.
Por todo esto puede deducirse que más que un intento de golpe de Estado, el asalto al Capitolio fue una protesta que se fue de las manos a Trump y que acabó siendo la insurrección más grave contra la democracia estadounidense desde la guerra civil. Incluso la democracia más aparentemente sólida es frágil y debe cuidarse y preservarse con sentido común, porque en el mañana, y más en estos tiempos, nada está asegurado.
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