Los pacientes y profesionales del Hospital de San Joan de Déu de Barcelona han puesto en marcha la primera cuenta de Instagram sobre trastornos alimentarios con finalidad terapéutica. El perfil (stoptca_sjd) ha alcanzado ya los 20 mil seguidores desde que se creó en marzo de 2019.
Jordi Mitjà, enfermero del hospital y coordinador de la cuenta, explica que “utilizan el potencial e impacto de Instagram como una red social saludable» dado que es la más utilizada entre los adolescentes y que, por tanto, “más incide en su salud mental”.
A pesar de que el origen de estos trastornos es heterogéneo en función de cada persona, según Iñigo Ochoa, doctor en psicología y especialista en TCA, estos se instaurarían a través de la integración de “factores psicobiológicos individuales, familiares y socioculturales”. En la misma línea, Jordi Mitjà afirma que Instagram puede fomentar las comparaciones provocando un aumento de la “insatisfacción corporal en los jóvenes” llegando incluso a actuar “como un desencadenante o reafirmante de un trastorno alimentario».
En la cuenta de @stoptca_sjd participan treinta jóvenes de entre 9 y 18 años en la creación de los contenidos que son validados y publicados posteriormente por los profesionales. Los post dan a conocer algunos datos sobre los TCA, consejos sobre cómo ayudar a aquellas personas que lo padecen y talleres en los que participan los pacientes.
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Se trata de la primera cuenta de Instagram de pacientes de un hospital en España, basado en una “estrategia de apoyo entre iguales”. Tal y como explica Jordi Mitjà, permite “una educación para la salud basada en la evidencia científica y apoyada en valores positivos” que además permite mejorar la experiencia del paciente y su participación en la toma de decisiones.
Trastornos alimentarios: una enfermedad invisible
A pesar de que términos como anorexia o bulimia resultan familiares para la mayoría de la población, existe un amplio desconocimiento sobre los TCA, lo que dificulta su prevención. Según Iñigo Ochoa, los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) son un conjunto de “trastornos de tipo psicológico que comportan perturbaciones importantes del comportamiento alimentario, concretamente en las conductas relacionadas con la ingesta de comida”.
El cuadro clínico presenta tres características clave: en primer lugar, el rechazo a mantener un peso mínimo normal; en segundo lugar, miedo intenso a ganar peso; y por último, una alteración de la percepción de la forma o el tamaño del cuerpo.
Resulta difícil estimar las cifras de personas afectadas por estos trastornos, ya que muchas de ellas no aceptan su padecimiento o nunca llegan a recibir un diagnóstico. Los datos más recientes indican que la prevalencia de los TCA entre adolescentes ronda el 6%. Sin embargo, esa cifra es meramente orientativa. De haber un mayor conocimiento y con estadísticas reales se mejoraría el diagnóstico y tratamiento de la enfermedad.
Los datos más asentados sobre los TCA indican que son más frecuentes entre las mujeres (representan 9 de cada 10 casos) concentrándose en la franja comprendida entre los 12 y los 36 años. A pesar de que habitualmente se asocia los trastornos alimentarios con la adolescencia, el periodo universitario también constituye una etapa “sensible y estresante” dados los numerosos cambios y necesidad de adaptación que requiere (María Á. Castejón y Rosendo Berengüí, 2020). De hecho, según el Instituto Centta en España se estima que un 21% de las mujeres y un 15% de los varones universitarios está en riesgo de sufrir un TCA.
A escala mundial, los casos de TCA se han duplicado en los últimos 18 años, pasando de un 3,4% de la población en el año 2000 a un 7,8% en 2018. Los trastornos alimentarios son tres de las enfermedades crónicas más frecuentes entre los adolescentes. La anorexia supone la enfermedad mental con mayor tasa de mortalidad, por encima de la esquizofrenia o el trastorno bipolar.
Estos datos demuestran la importancia de la investigación y la necesidad de recursos que requieren la prevención, diagnóstico y tratamiento de estos trastornos. Con una mayor concienciación acerca de ellos, se puede evitar que muchos jóvenes los padezcan y que, en caso de hacerlo, su entorno sea capaz de detectarlo lo más temprano posible.
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