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«La maniobra de la tortuga»: plano cenital/pesquisa policial

El director Juan Miguel del Castillo recupera a Natalia de Molina para este desenfocado thriller con perspectiva de género

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Natalia de Molina en la pelíciula 'La maniobra de la tortuga'. Foto cedida.

Scorsese siempre ha mostrado cierta inclinación por el plano cenital. Se siente atraído por su omnisciencia, por la forma en que mira con superioridad moral (o absoluta indiferencia) a los seres humanos que cruzan, se desploman o danzan por la pantalla. Le otorga entidad divina y lo confunde con esa “mirada de Dios” que encontró en las películas del más juicioso de los cineastas: Hitchcock, quien lo usó con gran inteligencia ya fuese en duchas o escaleras.

En La maniobra de la tortuga (Juan Miguel del Castillo, España, 2022) hay también algún plano cenital, aunque muchísimo más insustancial que los caprichos teológicos del estadounidense. La visión aérea que de Cádiz muestra un par de veces responde más bien a las exigencias de establecer un tono, y a la pereza de no querer hacerlo de manera inteligente. Porque, ¿para qué buscar nuevas formas de abordar un thriller? De las rías de La isla mínima (Alberto Rodríguez, España, 2014) a los pantanos de su coetánea True Detective (Nic Pizzolato, Cary Joji Fukunaga, EEUU, 2014) el asunto está zanjado: si la cámara está en el aire (y la música acompaña), un crimen horrible se está cometiendo. 

En este caso se vuelve al morboso y escabroso mundo de los asesinatos machistas que vertebran la novela negra de Benito Olmo en la que se basa la película. Juan Miguel del Castillo parte de ella con la intención de trascender el archivo policial para acercarse a la violencia patriarcal con cierta responsabilidad, y quizá sean estas pretensiones bienintencionadas de ir más allá del análisis criminológico las que lo redimen de fracasar estrepitosamente.

Tráiler de la película La maniobra de la tortuga

Hay cierto maniqueísmo en su guion (técnico también) desde el principio. Y es que, si tu primera secuencia es la presentación paralela y simultánea de dos personajes lo que estás indicando no es solo que se vayan a cruzar en algún sentido, sino que ambos tienen una importancia similar en la historia. De esta manera, no se entiende que pase la mayor parte del tiempo divagando con una trama policial de dudoso interés y olvide o guarde en la recámara el drama de “la vecina” (Natalia de Molina).

La historia del vecino protagonista, el que importa, casi desborda los límites de lo convencional. Manuel Banquietti (Fred Tatien) es un detective trasladado desde Madrid por sus heterodoxos métodos de investigación, obsesionado con el asesinato de su hija, el cual no ha encontrado la justicia aún pero que de seguro hallará por exigencias del guion un paliativo en el sur de España. Es allí donde trabaja la enfermera que vive en su bloque. Cristina canaliza la ira reprimida del inspector como si no tuviese suficiente con las misteriosas llamadas que recibe a diario, esas en las que suenan los coches que pasan bajo su ventana y que un maltratador utiliza para de miedo matarla en vida.

Banquietti se apropia del caso que atraviesa la trama unilateralmente, a la brava, con un resentimiento tremendamente masculino, hasta que el comisario le ordena (¡cómo no!) que entregue su arma y placa, que está suspendido de empleo y sueldo. Este lugar común no despertaría la indignación del espectador si el personaje se dejase de golpear tanto con las manos y comenzase a herir más con palabras. Pero carece de la acidez de Philip Marlowe o la irreverencia del Brad Pitt de Se7en (David Fincher, EEUU, 1995). Es un agorero frustrado en el más decepcionante de los sentidos, y Del Castillo comete el error de otorgarle dignidad dramática mirando su historia desde los cielos.

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Fragmento de la película ‘La maniobra de la tortuga’. Foto cedida.

Donde quizás acierta es con la distancia que escoge para mostrar a la mujer acorralada. Le endosa un arnés a Natalia de Molina y sigue su rostro cada vez que el miedo de ser asesinada (la ansiedad que provoca saberse en el punto de mira de una violencia más cotidiana de lo que creemos) aparece. Una pena que la olvide a ratos, y casi un descuido injustificable que la recupere cuando todo está solventado, que decida volver a plantarle el arnés en el último segundo para asestarle una puñalada por la espalda, sin pensar en que los remilgos morales del travelling no desaparecen cuando la cámara flota fija frente a los personajes; que dejar toda la responsabilidad al rostro de una notable Natalia de Molina podía funcionar en un drama social como Techo y comida (Juan Miguel del Castillo, España, 2015) pero no tanto como cierre efectista a un decepcionante thriller. El espectador se sentirá impactado, no hay duda, pero no tardará en darse cuenta que lo han arrastrado por el terreno de lo macabro, al cual, por cierto, no se llega por inconsciencia, sino más bien por la senda de las buenas intenciones.

Entre los intentos paralelos de intriga policial por un lado y alegato contra la violencia machista por el otro, a Del Castillo (no así a Olmo) se le olvida explicar lo que sea “la maniobra de la tortuga”. Y menos mal. Porque puede que a Scorsese se le cuele una rata al final de Infiltrados (The Departed, Martin Scorsese, EEUU, 2006) o que hasta Hitchcock le plante una calavera en la cara a Norman Bates, pero para que él hubiese podido introducir al reptil saliendo de su caparazón sin resultar ridículo era condición sine qua non que entendiese algo que parece haber olvidado: la importancia de los planos en los que encuadras a tus personajes, los mires a ras de suelo o desde el cielo.

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