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«Pig»: Nic, el cerdo trufero

De mierda hasta las cejas, Nicolas Cage va tras el rastro de su cerdito en el debut de Michael Sarnoski como director

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Un fragmento de la película Pig.

Algo que sorprende de Pig (Michael Sarnoski, EEUU, 2021) -un drama sobre un huraño ‘outsider’ que retorna a la civilización para recuperar la cerdita trufera que le han robado- es lo contenido que resulta para estar protagonizado por Nicolas Cage. El prolífico intérprete conocido por el excéntrico histrionismo de sus más icónicos papeles se sitúa en esta ocasión muy lejos de abrazar la histeria. Y para sorpresa de muchos, la película no se resiente por ello.

En honor a la verdad hay que decir que Sarnoski le permite destrozar la puerta de un deportivo a patadas y que no se corta ⨪o no puede resistirse⨪ a incluir un plano de una duración estimada de segundo y medio en el que Cage grita con la gratuidad de un lunático a un viandante. Por el resto, el viaje de este Thoreau pasado de tuerca en busca de su cerdita desde su querido ‘Walden’ hasta la rehuida civilización -en este caso Portland- tiene el tono casi susurrado de un neo-western subversivo. Su manera de acercarse a un subgénero ya desbordado por todos sus cauces -nada más empezar parece citar el final de Centauros del Desierto (The Searchers, John Ford, EEUU, 1956)-  pasa por alejar la violencia casi por completo de lo físico para abordarla desde lo psicológico, abogando por la ausencia de tiroteos, sublimados en esta ocasión por las habilidades culinarias. 

La guionista Vanessa Block y el debutante Michael Sarnoski, hacen de su historia un menú con primero, segundo y postre en el cual incluyen desde vieiras hasta hojaldre de setas pero en el que nada sabe tan bien como una baguette salada. Con un toque agridulce reivindican las cosas verdaderamente importantes de la vida; y aquí hablamos, como no podría ser de otra manera, del amor -y del duelo, claro está, con el que nos quedamos cuando perdemos todo-. Entre complicadas relaciones paternofiliales, el vínculo con nuestras mascotas y la viudedad, Robin -el chef retirado al que interpreta Cage-, su único amigo (Alex Wolff) y el padre de éste (Adam Arkin) buscan sin saberlo el espacio para un llanto que se precipita en su catártico último acto, donde la cinta explora los márgenes de la representación de la masculinidad en un contexto donde a primera vista nadie lo hubiese esperado: las cloacas del mercado de la trufa.

En esta película de premisa «johnwicknesca» sobre aquellos que buscan «el diamante de la cocina», Sarnoski ha hecho de Cage su cerdo trufero, y él, con su impúdica curiosidad, rastrea sin descanso entre las rimas cinematográficas -sartenes, recetas y cintas de cassette- del habilidoso realizador. El mismo cuidado con el que lo vemos cocinar errático en Pig es el que lo empujaba a cercenar miembros a ritmo de black metal en la alucinada pesadilla gore que fue Mandy (Panos Cosmatos, EEUU, 2018); el mismo con el que Robin apaga la radio sistemáticamente cada vez que suena música clásica. Es este rechazo visceral por las superficialidades de oropel, así como su transparencia entre intérprete y personaje, la que ha dotado de un cariz irónico y simpático los últimos años de su carrera, llena de proyectos a cada cual más alocado. Una honestidad que el público ha sabido captar y que se cuela en el guion cuando Rob/Cage expresa con seco nihilismo su desprecio por la alta cultura, el mainstream o los placeres elevados  -«los críticos no son reales», «nada es real»-.

Dice el fragmento heraclíteo que los puercos gozan más en el fango que en el agua limpia y que inútilmente los seres humanos tratan de purificarse bañándose en sangre. Es normal. Heráclito no probó una sola trufa durante su vida. Además, desconocía la baja por regla dolorosa y no parecía consciente de que, a ratos, los seres humanos sangramos. Cage con el pelo empapado de sangre y la indumentaria de la que no se deshace en todo el metraje llena de roña y sudor nos recuerda que para hallar tesoros reales, deliciosas trufas, hay que hacer un poco el cerdo, revolcarse de rodillas por el suelo; para roer nuevos caminos, erosionar con lágrimas los límites. Como una termita que diría Manny Farber. «Wash yourself on your tears» que cantaba Slint.

Tráiler película Pig

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