En 1978, Meir Zarchi rodó posiblemente la película más representativa del subgénero de cine exploitation “Rape and revenge” (violación y venganza en español. Pueden imaginarse). A esta cinta de culto le han sucedido remakes y secuelas por doquier, y ha marcado el camino a seguir para muchas otras películas del estilo. La más reciente, de 2017, directamente se titulaba Revenge. Como todas las etiquetas bajo las que caen las expresiones artísticas, los largometrajes de este tipo responden y son acotados por determinadas reglas. Su estructura, sorprendentemente simple, es la siguiente:
- En el primer acto la protagonista es brutalmente violada, sin que el metraje escatime por ello en violencia ni se ponga pudoroso a la hora de mostrar lo terrible de la situación.
- La mujer en cuestión sobrevive al ataque, descubriendo cierta fuerza en su interior que, junto a la rabia y al odio, le impulsan a planear una venganza.
- En el último acto lleva a cabo su plan y asesina o tortura a sus violadores.
Como podemos comprobar, se trata de un subgénero no apto para miradas sensibles u estómagos débiles; es decir, hablamos de un tipo de películas que resultaría perfecto para reeducar a los miembros de la manada.
Una joven prometedora bebe del mismo cauce que todas estas producciones, pero prefiere abrazar o desviarse por el descafeinado y rutinario aleccionamiento moral, además de variar por entero su estructura subvirtiendo la forma en favor de algo nuevo. Ahora bien, esto tiene sus pros y sus contras: por un lado no profundiza ni llega a destapar lo terrible del asunto, pero por otro, y precisamente por su tono liviano, es capaz de llegar a un público mayor, teniendo la oportunidad (y la responsabilidad) de introducir suavemente problemáticas no pensadas por muchos de los espectadores. Es decir, no llega hasta el estómago con un estrapón, sino que más bien introduce un dedo húmedo por el oído. Hablamos más de collejas que de latigazos.
Al margen de su naturaleza pedagógica y de su corte de comedia romántica blandita, la cinta dirigida por Emerald Fennel se acerca en sus mejores momentos al cine de terror, coqueteando en algunos instantes con el thriller psicológico y el slasher. Con su cabañita y todo, con sus giritos y su manera de revelar poco a poco el pastel, establece un tono de suspense al tiempo que rompe el ritmo con ciertos golpes de humor negro. Su objetivo es convertir las carencias y excesos masculinos, con la violencia, el descaro y la impunidad que aparentemente le son consustanciales, en una parodia de estética kistch que tiende al exceso. A través de sus espacios y sus colores es capaz de adentrarnos subrepticiamente y casi de manera incosciente en el mundo interno de nuestra torturada protagonista, villana y heroína a partes desiguales. Ningún mueble es arbitrario y los colores juegan un papel importante a la hora de hacernos comprender el carácter aniñado e infantil de un personaje al que el trauma no ha dejado crecer. Éste posiblemente sea uno de los dos aspectos más acertados de esta irregular aunque bien estructurada película. ¿El otro? Carey Mulligan, que está espectacular encarnando a Cassandra, quien ya se puede convertir por méritos propios en un personaje icónico. Tal vez estemos hablando del papel que debió ser premiado el pasado domingo.
Valiente por momentos, convencional a ratos pero siempre estilosa. Promising young woman responde a su condición de película hollywoddiense dando lo que promete: ni tanto ni tan poco. En su rechazo del exceso reside su éxito, para algunos encomiable para otros conformista, aunque siempre necesario. Denuncia social lejos de la audacia de los parásitos surcoreanos que conquistaron ya hace más de un año la academia. Intento, a fin de cuentas, de enmarcarse en un subgénero brutal que, como ya hemos comentado, la supera desde su origen.
Prometedora pero fallida, de eso no hay duda. Aunque joven también, ya que Emerald Fennel todavía tiene 35 años. Y no solo eso, también una estatuilla bajo el brazo; o lo que es lo mismo, muchas oportunidades abiertas para dar rienda suelta a un talento que no por capricho ha sido reconocido.
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