- El director de Star Wars: Los últimos Jedi vuelve a sus orígenes con un relato de misterio digno de la mejor Agatha Christie
Tras aportar su granito de arena a la saga de ciencia ficción más grande de todos los tiempos, Rian Johnson fue vapuleado por trolls twitteros y youtubers de corte derechista. No es de extrañar, por tanto, que su nueva película esté incisivamente atravesada por la batalla campal, borreguil, dolorosamente estúpida y extenuantemente estéril que unos (y otros) se dedican a librar en las redes sociales hasta el límite del sentido, brillando por su ausencia la coherencia en los argumentos y la sana razón. Al poco tiempo ya nadie sabe quién empezó discutiendo el qué y el mostrenco de odio e insensatez ha digievolucionado hacia temas muchísimo más complejos. El racismo asoma junto a un injustificado odio hacia las mujeres, mientra la libertad, la sexualidad o la maternidad se convierten, con un nuevo y tergiversado sentido, en armas arrojadizas tanto más peligrosas cuanto mayor es la polémica que suscitan.
El señor Rian Johnson, que fue perseguido e insultado de manera análoga al boicot sufrido por Brie Larson en las semanas previas al estreno de Capitana Marvel, conoce tan al dedillo esta situación que, con un sentido del humor envidiable, ha logrado introducir de manera orgánica en el interior de su intriga detectivesca los rasgos y características propios de esa purga, ese linchamiento, esa persecución purista, carcamal y ciega que miles de “fans” practican con el objeto de descargar su odio digital sobre aquel a quien consideran responsable de que expectativas y realidad no converjan de modo satisfactorio en la pantalla.
Es cierto, no obstante, que The Last Jedi fue duramente atacada una vez ya estrenada, suerte que Capitana Marvel (para algunas nuevo icono feminista de nuestra superheróica era) no tuvo. Los amargados fans que entonces construyeron endebles “argumentos” a medida de sus deseos personales se alegrarán de conocer que el realizador estadounidense ha aprendido de sus errores: si una asiática soldado era, en aquel momento, impensable en una batalla espacial, su nueva ficción devuelve a los personajes racializados (así como a las mujeres) a su lugar natural: el servicio.
Ana de Armas, actriz cubana que comenzó sus pinitos cinematográficos en nuestro país, interpreta con garantías a una enfermera de buen corazón rodeada por una familia de hombres y mujeres hechos a sí mismos, educados por su padre en el esfuerzo, la entereza y la constancia. Como uno puede imaginar, la farsa no dura mucho y Marta Cabrera (así se llama la enfermera personal que hace las veces de amiga y confidente para el acaudalado fiambre) pronto se encontrará en medio de las rencillas y disputas de los insoportables miembros de una familia malcriada.
Si algo hace bien la cinta es explorar, con cómicas consecuencias y a través de unas interpretaciones delirantes, la actitud hipócrita y complaciente de quien no pretende nada más que echarse a la espalda la construcción de un país cuya existencia le precede en siglos (y de estos hoy día hay muchos). La crítica es mordaz, anti-trump y anti-alt right sin privarse por ello de zarandear de cuando en cuando a la privilegiada izquierda del hashtag, incapaz de renunciar a sus privilegios ni tan siquiera para ser fiel a sus ideales.
Más allá de su dimensión política, destacable en tanto que no es habitual encontrarse con películas y/o autores que comprendan el tiempo en el que viven, Rian Johnson despliega aquí todas las virtudes de la que fuese su incontestable ópera prima (Brick) al tiempo que un elenco en estado de gracia (compuesto por nuevas promesas y viejas glorias) colabora para subir un listón ya ampliamente secundado por una puesta en escena pomposa, colorida y milimétricamente cuidada. Jamie Lee Curtis preside sobre este telón de fondo una función que consigue arrancarnos no pocas carcajadas gracias a las mentiras, rencores e hipótesis que estrellas como Michael Shannon, Toni Collette y Daniel Craig declaman. Este último, carismático y cortés detective, es el encargado de, junto a la ya nombrada Ana de Armas, guiar la atención del espectador a través de los entresijos de un atractivo misterio que, por conocer bien las propias reglas del género, se permite desvariar hasta la juguetona exageración.
Ignoro si Puñales por la espalda de Rian Johnson llegará a los Oscar. No obstante, tengo por seguro que su nivel es tan alto y su carisma tan apabullante que podría, si los jefazos de la academia así lo quisiesen, recolectar estatuillas a manos llenas. Es divertida, tiene un ritmo enérgico, conciencia social y posee una de las cualidades más loables que hoy día se pueden encontrar: es apta para todos los públicos sin que por ello el conjunto se vea afectado lo más mínimo. Todo esto es disfrutable, claro está, si uno no pertenece a la derechita más cobarde de todas; la que cree en esencias nacionales, odia a los inmigrantes y carece de sentido del humor para consigo. De pertenecer a ella, uno saldrá del cine maldiciendo a regañadientes y totalmente insatisfecho; muy diferente será la reacción de cualquier chaval libre de prejuicios, el cual podrá maravillarse sin coacciones o restricciones ideológicas de la atmósfera más coqueta e inofensiva que el cine estadounidense nos ha brindado en estos últimos años.
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