Inicio OPINIÓN Bienaventurado Antonio Cesar Fernández

Bienaventurado Antonio Cesar Fernández

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El pasado 15 de febrero perdía la vida en Burkina Faso el sacerdote salesiano Antonio Cesar Fernández, asesinado en un atentado yahidista. El fundamentalismo religioso, que para nada y nunca es bueno, ha hecho su estrago en miles de inocentes y, ahora, en una septuagenario sacerdote, misionero de Don Bosco, que entregó cuanto es y cuanto era por el servicio de los más desfavorecidos. En medio del tumulto de los escándalos sexuales de algunos pastores de la Iglesia, pecadores e infames, resplandece al mismo tiempo el testimonio de este hombre enamorado del Evangelio.

Cuando afloran los feos pecados de la curia de la Iglesia, brilla la santidad de sus miembros: es el contraste de la providencia. Sí, hay pecadores en la Iglesia, formamos la Iglesia pecadores. Pero también hay santos, hombres y mujeres que se entregan hasta derramar su última gota de sangre en favor de los demás y del anuncio de la Buena Noticia. El sacerdote Antonio Cesar Fernández murió fiel a su vocación, hasta las últimas de sus consecuencias, hasta el final. No hay mayor amor que aquel que da su vida por sus amigos. He ahí un testimonio que resplandece en los negrura cristiana que padecemos en estos tiempos por los escándalos de algunos insensatos.

En un multitudinario funeral presidido por la patrona de Pozoblanco, la Virgen de Luna, el Obispo de Córdoba, Monseñor Demetrio Fernández, declaró “dichoso el que ha podido dar la vida por Jesucristo y su evangelio”. Porque esa ha sido su vida. Por eso, los miserables pecados de algunos pastores jamás podrán callar la proclamación del mensaje del amor proclamado con semillas derramadas por la fe. Cuando el pecado abunda, la gracia sobreabunda. La sangre de los mártires es el riego del huerto de nuevos cristianos, el ejemplo que nos estimula en nuestro seguimiento al Señor.

El salesiano Antonio César ha entregado su vida siguiendo a su Maestro, que la entregó en la cruz. El discípulo no es menos que su maestro, dijo Jesús, y a él le tocó la hora de ofrecer el don más preciado por un ideal mucho más alto: el de la fe. A los que mueren así se les llama mártires y, los mártires, claman al mundo hastiado y cansado, sin horizonte ni esperanza. La muerte de los mártires es manantial de vida eterna, seguridad de lo que se espera.

Aunque los haya pecadores, los sacerdotes viven y se entregan por los demás. Rezan por los demás, se sacrifican por los demás, santifican a los demás.

No me escandalizan los pecados de la Iglesia. No los justifico, pero no me espanta ni tambalean mi fe y mi confianza. Surgen en tiempos recios ejemplos sublimes de santidad y heroicidad que muestran también la otra cara, la de la santidad. Antonio César nos ha mostrado la santidad de la Iglesia, su entrega, su dedicación, su valentía.

Ha muerto para el mundo un salesiano y ha nacido para el cielo un santo.

Creo en la Santa Iglesia que es Una, Santa y Católica. Creo en Pedro.

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