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La respuesta de la Cuaresma

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El pasado 6 de marzo iniciábamos la Cuaresma, tiempo fuerte que precede a la Semana Santa, y pienso que la hemos comenzado a paso cambiado. Hasta no hace mucho las temperaturas excedían las propias del mes de febrero acercándose más a las primaverales y casi estivales, y en el norte de la península la mano perversa del hombre, presumiblemente, destruía el entorno natural con unos incendios que han barrido la belleza del entorno y, por consecuencia, del ecosistema. Se ha iniciado la Cuaresma y la maldad ha florecido en el ambiente con mayor profusión que las flores, los árboles y sus frutos. Al otro lado del océano, Venezuela gravita entre la miseria y el caos, enroscada en el egoísmo, el partidismo y el poder. Para algunas naciones será el petróleo como defienden unos; para una masa de quienes lo viven en sus carnes, el caos, la desesperación, la carencia de los básico, el hambre. Y observando el globo terráqueo, mucho más pequeño de lo que pensamos, una parte vive en guerras y terrorismo mientras que la otra, o nosotros mismos, en la más absoluta indiferencia. Posiblemente a nuestro lado, por no irnos muy lejos, haya quienes lidien contra un trabajo precario, con un sueldo que no les llega a final de mes ni para la hipoteca, que viven contra la depresión y contra la pobreza vergonzante o, lo peor, sin comprensión, sin ayuda y sin cariño. En el campo, si la lluvia que se resiste se nos concede en abundancia, la tierra se vestirá de un verde manto que será pronto a extinguirse y mustiarse. Medio mundo muere, otro carbonizado, otro por guerras y otro por indiferencia. Unos lejanos a nosotros y otros, muy cerca. En la puerta de al lado.

La Cuaresma es tiempo fuerte para la cristiandad, pero más para la Iglesia Católica, dada la cuenta de que, desde la antigüedad, ni para seguir a Jesucristo hubo unidad sino división. ¡Sueno esto a tan humano!. Las Cofradías y Hermandades apresuran sus últimos trabajos para la Estación de Penitencia, las casas y las familias cofrades comienzan a aderezarse con la dulce fragancia del incienso y la dulzuras de las magdalenas. Cuando llega la Cuaresma el corazón bulle con más fuerza para muchos y no porque sea primavera, sino porque se acerca la Semana Santa, la Semana de Pasión, la conmemoración de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. La Cuaresma parece un paréntesis en el bullicio del trabajo cotidiano para trasladarse a otra ocupación que no deja ganancias sino satisfacciones. Y en mi pueblo, que se llama Nueva Carteya, vivir la Cuaresma es percibir una sensación nueva, de las muchas que tiene, todas ellas cada año nuevas, jóvenes, reverdecidas.

Pero existe el contraste que clama con angustia al cielo. Existe un cambio climático que no sabemos a dónde nos puede llevar; existe la ignominia con la que el hombre se afana por destruir cuanto le rodea; existen las guerras y las injusticias; la desesperación, la tristeza, la amargura; los intereses políticos y económicos. Y existe el hambre. Existe mucha hambre. Y mucho abandono. ¿Se nos olvidará como en un letargo el sufrimiento de los inocentes?

Y al comenzar la Cuaresma resuenan en mí aquellas sentencias divinas: “porque tuve hambre y me disteis de comer; sediento y me disteis de beber, desnudo y me vestisteis, en la cárcel y enfermo y vinisteis a verme”.

El mundo anda como loco, totalmente torcido a su paso. Huele al azahar de las flores y en no mucho tiempo al incienso que perfumará nuestras calles… El humo a bosque quemado, el llanto de los que lloran y pasan hambre de justicia o de alimento, clama y martillea nuestras conciencias a la espera de una respuesta sensata y concreta. Que esa sea nuestra Cuaresma y nuestra Semana Santa: dar respuesta al que no la encuentra, cariño y respeto al que no lo tiene, y oración, mucha oración, para que llueva, para que cuidemos la naturaleza, para que miremos por nuestro hermano.

Aunque si el corazón del hombre no quiere, no hay oración a Dios que suba hasta los cielos y cambie tanta injusticia.

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