Me gustan los días de lluvia; con frío y algo de niebla, llovizna serena, pero sin pausa, bendecida y bienvenida. Días y noches de brasero o a la luz de la lumbre, con rico mantel y un buen libro; noches sin luna, melancólicas y tristes para los aburridos, agradecidas para el campo de una Andalucía en sequía, para los viñedos, el cereal y el olivo. Agua que llene los embalses y contribuya a que la primavera sea florida, verde como el trigo verde que cantaba Concha Piquer con letra de los maestros Rafael de León, Salvador Valverde y Manuel Quiroga. Pero tan bucólica melancolía, para alguno romanticismo trasnochado, no es siempre de bien recibe sobre todo, cuando, como en días pasados, el torrente incontrolable e impetuoso del agua, de las riadas, de la desmesurada cantidad de litros sobre metros cuadrados, inunda y anega, destruye y mata, tales son los casos de Mallorca, Ronda, Málaga y tantas otras que, citarlas una a o una, si no es una tarea ingente, reaviva el sentimiento de rabia, tristeza, desesperación y angustia.
Contra el agua y su fuerza no hay quién pueda, pero sí contra los descarados planes urbanísticos que se trazan en zonas fácilmente inundables, sí contra desechos y porquerías que se vierten en ríos o canales de desagüe, sí contra una naturaleza herida profundamente, que grita a la humanidad cruel que la hiere y la maltrata hasta agotar los recursos o sobreexplotarlos a base de venenos y tóxicos. La tormentas son temidas porque siempre lo han sido, porque su fuerza es incontrolable y a veces impredecible; honor y gloria al bombero que, sacrificando su vida en aras de la de los demás, murió héroe atrapado por la furia de unas aguas sin control y destructivas. Cuando la lluvia viene con fuerza, castigando y matando, como los intensos y malvados huracanes de Estado Unidos y gran parte de América, no queda sino ponerse a buen recaudo y jugar con la suerte, si así se le llama, cuando a otros infelices les cuesta la vida y lo poco que les queda. A otros, que pueden ser afortunados, les queda tiempo y paciencia para restablecer lo perdido y la caridad, siempre innata en el hombre, de aquellos que se prestan a una ayuda y una colaboración.
El tiempo no está loco, lo estamos nosotros quienes hemos sido, indirecta o directamente, los causantes de tantas maldiciones atmosféricas sin citar el gravísimo daño infligido contra la naturaleza de quien dependemos absolutamente. Nosotros no le hemos dado a un botón para que llueva torrencialmente, pero sí hemos ensuciado con escombros los cauces naturales, sí hemos ensuciado y estropeado las aguas donde cantidad innumerable de especies acuáticas y aves se alimentan y crecen en su propio ecosistema. Somos nosotros los que explotamos y sobreexplotamos la riqueza ambiental sin observar ni atisbar el daño colateral que sufrimos. Las grandes potencias se enriquecen sin importarles nada. A menor escala, también a nosotros nos importa poco que destruyamos el planeta y lo convirtamos en una bomba a estallar de un momento a otro.
Es hora de concienciarnos en nuestro papel con la naturaleza. Hora de que activemos todas las medidas contundentes y precisas para que nuestra actividad antrópica no dañe el resto del ecosistema natural que no sirve de provecho y solaz, del que dependemos totalmente. Hora del reciclaje auténtico, hora de la disminución del sistema eléctrico, hora de la no contaminación atmosférica, hora de usar menos el coche y más la bicicleta y las piernas. Hora de la repoblación arbórea y de la utilización razonada de fertilizantes.
En nuestra manos, primariamente, está el cuidado de nuestro planeta y de su naturaleza. Por supuesto que, obligatoriamente, en la de los poderes públicos. Hora de nuestra solidaridad con las víctimas, muy cercanas a nosotros, de estas desgracias. Qué lástima que un bien como el agua se convierta en un mal que a muchos ha arrebatado la vida y, a otros, destrozado. En nuestras manos está todo. Sólo es necesario un gesto y comenzará el cambio…. Y podrán venir entonces las flores, y los campos verdes, y los pájaros y los animales. Podrá venir la vida.