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‘El agente topo’: los entresijos del antiespionaje

El documental chileno llega a nuestras salas con una nominación a los Oscar bajo el brazo

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crítica el agente topo
Imagen de la película "El Agente Topo".

Hace no mucho Antena 3 decidió hacernos creer que Pablo, el concursante de Pasapalabra, se había llevado el tan ansiado bote. Llegada la hora, resultó ser una treta para ganar audiencia. Pablo debió decir Hannón, en referencia al general cartaginés que buscaba la paz con Roma. En su lugar, eligió al beligerante Hienón, desatando la ira violenta de los espectadores, ahora cercanos como nunca al conocido lema “emosido engañado”.

El agente topo hace uso de este género de marketing al que convenimos en llamar “publicidad engañosa”. Mucho más interesante que contar de qué trata la película resulta describir cómo se presenta. Producida a caballo entre Chile, España, Alemania, Estados unidos y alguna nación interesada más (como podemos comprobar, deja de ser un misterio su laureado recorrido) nos cuenta una atípica historia de espionaje, ya que Sergio, que hace las veces de agente secreto, tiene 83 años. ¿Su objetivo? Descubrir si una ancianita está siendo maltratada. Contratado por un detective privado, deberá recabar evidencias que confirmen esas sospechas.

Es innegable lo atractivo de la propuesta: una misión imposible de geriátrico que, además, es completamente real. Porque la infiltración, lejos de ser una excusa ficticia, es el punto cardinal del que todo parte. Maite Alberdi, la directora, introdujo a todo su equipo en la residencia tras haber leído un anuncio bastante curioso en el periódico. El anuncio en cuestión demandaba un octogenario que estuviese dispuesto a infiltrarse en el centro. Ella creía que se iba a encontrar un caso de violencia. Sin embargo y para su sorpresa, tan solo halló personas mayores sobreviviendo en soledad. Es posible que esté revelando el pastel, pero ¿es posible spoilear un documental? Y más importante todavía ¿es esto acaso un documental? He aquí la cuestión.

Una vez comienza la película uno no sabe muy bien qué es real y qué es ficticio. En un principio, El agente topo se empeña en abrazar los convencionalismos propios del cine noir, pero extrayendo todas las cómicas consecuencias que se derivan de tener que convertir a un señor de más de 80 años en espía profesional. Hasta aquí llega lo que se podría considerar propiamente cine “de género”. Una vez el topo entra por la puerta de la residencia, la cinta empieza a dar volantazos arbitrarios entre la investigación detectivesca y la contemplación propia de los documentos gráficos socialmente comprometidos. La incomprensión temática y la confusión con respecto al límite entre lo verdadero y lo falso nos deja aturdidos. Desorientados, vemos cómo el material se va tornando poco a poco experimento sociológico. De manera involuntaria, todo se convierte en algo parecido al “bocadillo” que hace unos años nos sirvió Wismichu, solo que esta vez con conclusiones mascaditas, éticamente aceptables, maniqueas y demagogas. Es como para que te devuelvan el dinero. Maite Alberdi termina por aislarse en la residencia, haciendo parecer al conjunto un simple amasijo de buenas intenciones. Habría que pensar, pues, si se tendría que haber centrado en una narrativa propia del cine de espías o si hace bien en desviarse hacia lo lacrimógeno. O lo cómico o lo dramático, eso está claro, ya que la mezcla que hace, el mejunje emponzoñado en el que se estanca, parece propio de un “Salvados” de domingo noche.

No hay duda de que lo mejor de la cinta son los personajes que habitan el lugar. Su sinceridad y sus anécdotas construidas en una cotidianidad solitaria que apesta a cerrado no dejarán a nadie indiferente. Es una pena que la directora solo dirija con el corazón y deje de lado nariz. De haber tenido buen olfato el resultado habría sido atractivo en su ambivalencia. Son precisamente las circunstancias que rodean al proyecto las que lo vuelven atractivo; son ellas las que han tocado la fibra sensible de la academia. Al final, desperdicia toda oportunidad en un intento paródico que se desvanece a los pocos minutos, y por no querer enseñar sus preciosas costuras se queda en un producto recatado y conservador. No obstante, perdiéndose como lo hace, nos desubica. Tal vez ahí resida su valor (sobre ella Aronofsky dijo que era la mejor película de anti-espionaje que había visto, y él es toda una autoridad).

Las dos productoras españolas de la cinta y únicas representantes españolas en los Oscar, María del Puy y Marisa Fernández, estuvieron presentes en la proyección a la que tuve la oportunidad de asistir. Menos de 24 horas después de haber recibido la noticia de la nominación, estaban visiblemente contentas, y poco o nada les debió importar que la mitad de la audiencia se apresurara a salir por la puerta. Con la sala medio vacía, comenzó el coloquio. Todas las intervenciones empezaron por un “enhorabuena” seguido en la mayoría de los casos por un “estudio *inserte departamento concreto* de cine”. En general, se alabó la representación que el film hacía de la tercera edad, aunque no se podía ocultar cierta perplejidad. No hay duda de que convence a nivel ético, pero ¿y a nivel cinematográfico?

Me vienen a la mente dos ejemplos que se contraponen a los errores de El agente topo: Monos como Becky y la adaptación del cómic Arrugas. La que más se asemeja al documental que nos ocupa es la primera. En ella, Joaquim Jordá trata la realidad y la ficción, así como la moralidad de lo real, con una madurez y una originalidad sin parangón. Ambas características brillan por su ausencia en la aventura de Sergio. Tal vez hubiese estado bien mostrar los hechos conflictivos, como, por ejemplo, la anécdota que contaron las productoras: su anciano protagonista deseaba salir de la residencia a la primera semana, ya que “no quería acabar como esas pobres viejecitas”. El segundo ejemplo, muestra que la verdad honesta y sin tapujos no se esconde tras 300 horas de paciente rodaje, sino que la expresión animada, la fantasía ilustrada, es incluso más capaz de cartografiar las luces y sombras de la tercera edad. Ahí es donde, por no residir el engaño, por haber dejado de lado la pudorosa ocultación de lo incómodo, se abren los caminos inescrutables que nos acercan a la realidad.

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